El propósito inicial era el
derrocamiento de Porfirio Díaz de la presidencia de la República. La revolución
maderista fue acogida con beneplácito por grandes sectores de la sociedad
mexicana, principalmente por los campesinos, que esperanzados por lo prometido
por Madero, se lanzaron a la lucha armada; Villa, Orozco y Zapata, encabezaron
esta lucha campesina, pero pronto se dieron cuenta de que el reparto o la
restitución de las tierras era lo que menos importaba a los dirigentes del
movimiento.
Tanto Madero como Carranza
pensaban que las reformas sociales debían aplazarse, primero estaban la
solución a las demandas políticas, más que sociales, lo que originó que
primero, los zapatistas se alzaran en armas contra el gobierno maderista al
considerarlo como traidor al no restituirles las tierras a las comunidades
campesinas. Más tarde, después del triunfo constitucionalista sobre el
huertismo, los villistas se rebelarían contra Carranza.
CAUSAS.
El envejecimiento del sistema y
la inmovilidad del gabinete porfirista.- Se refiere no sólo a la prolongada
permanencia de Porfirio Díaz en la presidencia de la República, sino también de
sus secretarios de Estado, de gobernadores de los Estados y demás funcionarios
públicos que se habían enquistado en el poder con todas las prerrogativas y
privilegios que les ofrecía la dictadura. Para darnos una idea el ministro más
joven tenía 60 años de edad y por lo menos, 20 años en el puesto. En 1910
Porfirio Díaz tenía ya 80 años de edad, la mayoría de sus colaboradores estaban
también muy viejos y sólo se sustituían a los que morían, como en el caso del gobernador
de Sinaloa, Francisco Cañedo, que fallece en 1909, al cual le sucede, por
imposición, Diego Redo, partidario de Díaz. Ante esta situación la oposición va
en aumento, principalmente de la clase media y de algunos sectores
privilegiados que se sentían con el derecho a participar del poder político,
como es el caso de Madero y Carranza en Coahuila; y, Obregón y Calles en
Sonora.
El régimen dictatorial
personalista perfecto. John Kenneth Turner lo explica de la siguiente manera:
"… El Presidente, el gobernador y el jefe político son tres clases de
funcionarios que representan todo el poder en el país; en México no hay más que
un solo poder gubernamental: el ejecutivo. Los otros dos poderes sólo figuran
de nombre y ya no existe en el país ni un solo puesto de elección popular;
todos son ocupados por nombramiento expedito por alguna de las tres clases de
funcionarios del ejecutivo mencionado. Estos controlan la situación en sus
totalidad, sus palabras son leyes en sus propias juridiscciones: el presidente domina
en los 29 estados y dos territorios de la República; el gobernador en sus
Estado; el jefe político en su distrito. Ninguno de los tres es responsable de
sus actos ante el pueblo…"1 De esta manera se fue abonando el terreno para
el descontento social, no sólo de los campesinos y obreros, sino también de la
gente que tenía una situación económica favorable, pero que deseaba y aspiraba
a ocupar puestos públicos que tenía acaparados la camarilla porfirista, por
cierto, ya longeva.
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